Por Mariana Fracassi Lazzarini
Un cuadro, aparentemente blanco, y con un valor muy alto es comprado por uno de los tres amigos de la obra, en la que se juega con lo que se ve, lo que no se ve, lo que se quiere ver, y lo que no. Ricardo Darín carga sobre sus espaldas la mayor atención en la obra, es quien encarna el personaje que da los puntos de giro, los pasos de comedia, quien más suma a la puesta. Sin perder la frescura de sus “chantas” ochenteros, Ricardo Darín suma a su personaje el peso del profesionalismo, se toma en serio lo que hace, ni por un instante sale de su papel encarando incluso algún gag no esperado desde el mismo. En el escenario es un peso pesado, se siente su ausencia en los pocos minutos que no está en escena. Es la figura de la obra, y lleva con soltura ese papel. Sus compañeros tienen muy buen nivel interpretativo. José Luis Massa logra momentos memorables en la creación de su “retrógrado” personaje. Germán Palacios es de los tres el único que por momentos corre el riesgo de caer en lugares comunes, su voz se siente un poco forzada pero no tanto como para resultar molesto. Muy buena la dirección de escena de Dana Barber. La escenografía de Adriana Maestri junto a la puesta de luces de Roberto Treferri y la directora, y la música de Leandro Chiappe crean el marco propicio para el desarrollo de esta obra que se empieza a escribir partiendo de la página en blanco
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