jueves, 22 de abril de 2010

Como fue la vida amorosa de Rosas. Rafael Pineda Yañez

Como fue la vida amorosa de Rosas. Rafael Pineda Yañez
Por Mariana Fracassi Lazzarini
info@marianalazzarini.com.ar



TÍTULO: Cómo fue la vida amorosa de Rosas
AUTOR: Rafael Pineda Yañez
EDITORIAL: Plus Ultra
COLECCIÓN: Esquemas Históricos
LUGAR Y AÑO EDICIÓN: Buenos Aires, Argentina. 1972


El libro no está documentado.

Tomo ejemplos al azar, abriendo el libro en cualquier parte. Se lee entonces: “Rosas amaba la poesía –dice uno de sus biógrafos-. En los pocos ratos…” (Pág. 42) Pineda Yañez no da cuenta de su fuente, debemos creer en él que existe tal biógrafo anónimo que hace tal afirmación.

Vuelvo a buscar al azar un ejemplo, esta vez de fuentes parciales. Leo: “Mr Page, un mario francés a quien le fue presentado en 1841 dice de él; ‘Es gaucho entre los gauchos; pero ante un extranjero distinguido, cuya estima quiere conquistar, el gaucho desaparece, su lenguaje se depura, su voz acaricia, sus ojos se dulcifican, su mirada atenta y llena de inteligencia, cautiva” (Pág. 39) Piñeda Yañez jamás detalla en qué publicación podemos hallar tal testimonio. Por lo visto da por sentada la fama del hombre y su obra, como quien al hablar de Facundo Quiroga uno solo se limitara citar la fuente con la escueta acotación “dice Sarmiento”, que aún así sería errónea, como si Sarmiento sólo se hubiera dedicado al riojano en su “Facundo”.

Rafael Pineda Yañez nos obliga a creen ciegamente en su palabra. El dice que fulano dijo, entonces, no es necesario constatarlo, es un hecho irrefutable. Enoja tan poca idoneidad histórica.

Bajo el pretensioso nombre de “Cómo fue la vida amorosa de Rosas”, el autor nos muestra la relación del gobernador con tres damas a lo largo de más de setenta años de vida. Más prudente hubiera sido titular “Algunos aspectos de la vida amorosa de…” No tengo en mano otros documentos o testimonios, no estoy contestando a Pineda Yañez sino haciendo una crítica a su libro; no lo hago desde un lugar de conocimiento absoluto de la vida de Juan Manuel de Rosas sino desde el punto de vista de una simple lectora, lectora mujer que ha visto retratos del caudillo y que no puede sino sorprenderse de que un hombre tan hermoso y atrevido, no haya tenido algún otro querer además de los nombrados. Pero Pineda Yañez me pide confianza absoluta en su palabra, dejo de lado mis razonamientos y leo.

La primera dama que el autor pone en la vida del gobernador aparece recién en la página 51, en el segundo cuarto del libro si se tiene en cuenta que este cuenta con sólo 178. Narra la visita de Rosas al cacique Painé, cuando entre las chinas que “fijan sus ojos codiciosos en la juventud y gallardía de cacique blanco” (Pág. 49) aparece, dos páginas después, la mestiza Mariana, la más reciente esposa del cacique. Parte de la historia está abalada por la fuente, aunque no le sea completamente fiel (Nota al pie pag. 55: “Excursión a los indicios ranqueles” de Lucio V. Masilla). De esa relación furtiva sería fruto Mariano Rosas, hijo de la mestiza Mariana y ahijado (sino “primogénito”) del Restaurador.

El listado de amoríos continúa con “la sombría e intrigante Doña Encarnación Ezcurra” (Pág. 61). Pineda Yañez se pregunta: “¿Qué clase de sentimientos y qué reciprocidad de afecto existían entre Rosas y sus esposa? (…) …siempre hemos dudado que entre aquellos dos seres, de apariencia fría y calculadora, pudiera infiltrarse un asomo de amor…” (Pág. 64) El plural del verbo empleado (“hemos dudado”) se deberá a los tres autores: Rafael, Pineda y Yañez… Ejem… ejem…

Continúa el/los autor/es diciendo: “(…)Posiblemente sin la resistencia de Doña Agustina la simpatía del muchacho, que por aquel entonces contaba con diecinueve años, no se hubiera trocado en imperioso deseo de contradecir a su no menos terca progenitora. (…) ¿Fue amor? Digamos más bien que ha sido un arrebato de los tres.” (Pág. 65) Y como si tales argumentos carentes de fundamentos históricos no fueran suficiente, el autor insiste: “Oigamos lo que dice un biógrafo de Rosas acerca de su compañera:” (Pág. 66) No nos hace saber quién es el autor de las palabras que copia, entre comillas, a continuación. “A pesar de sus 18 años de edad, en el momento de su matrimonio, Encarnación Ezcurra carecía de gracia y de frescura. (…)” No es necesario dar cuenta de la fealdad de la dama, los retratos se han subido a internet. Sobre la vida marital, y sin citar fuente alguna, Piñeda Yañez señala: “…Doña Encarnación, incapaz por su físico y por su espíritu, de despertar en su joven esposo algo más que no fuera el simple choque carnal. (…) La vida entre ellos se ordenó en la lucha por el poder, excluyéndose tácitamente todas las ternuras y miramientos que no condujesen hacia tan apasionante finalidad. (…) Ambos obraban con la sequedad y la crudeza que acuerdan un contrato de mutuos servicios. No había calor en el hogar ni dulzura en el trato.” (Pág. 67) “…ese período incalificable de unión con Encarnación Ezcurra, que no podría definirse precisamente como una demostración netamente amorosa. No hubo exaltación erótica, no hubo ternura, no hubo identidad sentimental que excluye toda otra manifestación en el primer plano de la individuación. Hubo solamente intereses adecuados por ambas partes, una dualidad que se definía en una estrecha colaboración meramente política. El amor –ya lo analizaremos más adelante- estaba supeditado a esa unidad en la acción que tan provechosa fue para Rosas.” (Pág. 23) Todavía hay más, el autor se declara un experto en la vida sexual del matrimonio cuando expone: “Es verdad que ‘absorbido por la política, que constituyó su única pasión’, poco tiempo dispuso para dedicarle al amor, reducido en el pentagrama de su vida, al goce fugitivo, a una especie de calderón colocado en los extremos de su actividad primordial. Mas ello ocurrió solamente cuando se halló en presencia de la frígida y escasamente atractiva mujer con la que se había ligado.” (Pág. 84). Me abstengo de transcribir la grosería de la página siguiente. Por lo visto el autor, que escribe esto un siglo después de la muerte de Rosas, en alguna vida anterior reencarno en bolsa de agua y pasó largas noches bajo las sábanas de la cama de don Juan Manuel.

La segunda mitad del libro es la más desesperante. No sólo porque el autor no da fuentes precisas, sino porque él contaba con un documento de un gran valor histórico. En 1928 el diario Crítica de Buenos Aires publicó la entrevista a Nicanora Rosas de Galindez, la única hija del Restaurador que quedaba con vida, fruto de su relación con Eugenia Castro, con quien convivió desde la muerte de Encarnación Ezcurra hasta su exilio. Los detalles de esta relación surgen de la entrevista mencionada, de gran riqueza testimonial, y de las cartas con las que se inició una demanda a Manuelita reclamando parte de la herencia.

Luego de quedar viudo, el hombre que pocas páginas antes el autor señala como frío “llegó a la conclusión de que ‘iba a necesitar’ una mujer que domara sus apetitos.” (Pág. 89) Para contar esta relación, el autor apela a relatos más cercanos con la novela de pacotilla que al ensayo histórico, en lugar de hacer uso del valioso testimonio con el que cuenta, ya que fue uno de los periodistas que realizaron dicha nota. (Ver nota pie de pag 136, último párrafo de pág. 164).

Lo único medianamente “valioso” del libro son las cartas que se trascriben en el capítulo final (Pág. 171 a 177) pero no están publicados los facsímiles de las mismas, así que volvemos a lo ya señalado, Rafael Pineda Yañez nos obliga a creen ciegamente en su palabra.

Una vez terminado de leer, el libro no sirve más que para poner debajo de la pata renga de algún mueble. Su falta de fuentes ofende la inteligencia de cualquiera y su manera novelada exaspera. No aporta nada al estudio de la figura de Rosas porque sus datos no pueden ser contrastados, no es lo mismo una información sobre esta figura pública que provenga de un libro escrito por Lucio V. Masilla (su sobrino, testigo presencial en su vida), que uno proveniente de José Manuel Estrada (uno de sus retractores, quien contaba con 10 años cuando fue la Batalla de Caseros). Sabiendo cuál es la fuente, el lector puede discernir sobre ella. Rafael Pineda Yañez nos exige que creamos ciegamente en su palabra, no sabe dar cuenta de fuentes y es mezquino dando otras en forma parcial, además, no tiene la idoneidad para entender el valor periodístico e histórico que tiene la entrevista que el desdibuja en el relato novelado. Podrán fanfarronear al final de la Introducción “Originariamente concebido como reportaje, cuatro décadas atrás, este trabajo concluyó como libro. Su autor ostentó medio siglo de actividad periodística, habiéndose jubilado como secretario del matutino La Nación”. Si, como libro… o como revista, o como panfleto o lo que sea… Lo que quiso decir Armando Alonso Piñedo es que el reportaje “concluyó” en un intento de historia novelada o cuento, que no son sinónimos de “libro” pero de carencia de idoneidad justamente estamos hablando y sirve como ejemplo.

Afortunadamente, y gracias a la gentileza de un lector, esta entrevista llegó a la redacción de la revista “Todo es historia”, quien la transcribe íntegra en su edición número308 correspondiente al mes de marzo de 1993, justamente en el número homenaje a Rosas por el segundo centenario de su nacimiento. La edición se puede conseguir en la editorial, en librerías de saldos y en Hemerotecas (En Capital Federal, en la Biblioteca del Congreso y en la Biblioteca Nacional se encuentra la colección completa). Pero este dato es anexo, es sólo un hallazgo fortuito. Debo recalcar que en la revista Todo es historia no se nombra a Rafael Pineda Yañez, y mensiona al diario Crítica y no al diario La Nación. Las respuestas tomadas en el libro de Pineda Yañez se corresponden con las publicadas por el diario Crítica. Ignoro si este último tambien realizó un reportaje en aquel momento.

Sobre este tema, en 1991 la historiadora María Sáenz Quesada, entónces subdirectora de Todo es historia, publico la investigación "Mujeres de Rosas", de la cual no puedo hablar porque no he leido aún, y sólo mensiono a modo informativo.

RECOMENDACIÓN:

LO MEJOR DEL LIBRO: Buscándole algo bueno, lo único rescatable son las cartas, pero son transcripciones y no facsímiles.

LO PEOR DEL LIBRO: La falta de fuentes que sustenten el relato, y la penosa decisión de no incluir la entrevista a Nicanora Rosas, única pieza de valor con que realmente cuenta el autor.

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