En una Argentina donde el tema de la trata de mujeres y su explotación sexual ha domado estado publico en el 2008 por la telenovela “Vidas robadas” y la constante denuncia de Susana Trimarco, madre de una víctima de la trata, parece que a nadie sorprende ni escandaliza la exposición obscena a la que es sometida la mujer en la calle.
reciera que no hay teléfono público en el centro de la ciudad que no esté atestado de anuncios donde se ofrecen los servicios sexuales de mujeres. Los hay en los muros, en los postes de alumbrado, en las columnas de electricidad, pegado en los cestos de basura… Los hay pequeños, tipo volantes, como para que los potenciales clientes se sirvan de ellos, y los hay en grandes dimensiones que compiten de igual a igual con la publicidad legal.
El caso es que “los hay”, que están ahí, aquí y en todas partes. Que están, ese es el caso, esa es la indignación. Que de tanto estar han ganado la batalla al escándalo y forman parte de lo cotidiano.
No se tratan de portadas subidas de tono que se asoman a niños y adultos en puestos de revistas, las mismas que en algún momento se obligo a vender embolsadas y que hoy quien critique su existencia peca de “pacato”.
No, no es mojigatería, es una cuestión legal, es un delito. También es una cuestión moral, pero ese argumento sólo daría lugar a debates güeros de filosofía barata. Prefiero lo concreto, lo legal, el delito que representa. Por eso, he aquí mi denuncia.
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